Comencé a hacer joyas a los 16 años en 2002 cuando una mentora mía, que es una artista fabulosa por derecho propio, me enseñó a hacer cuentas de vidrio usando una pequeña antorcha y varillas de vidrio. Me encantó ver el vidrio derretirse en globos rojos brillantes mientras formaba las cuentas de mi mandril; sin embargo, cuando se enfriaron y endurecieron, eran menos que hermosos. Todavía disfruté aprendiendo a encadenarlos y aproveché al máximo mis cuentas "especiales". Rápidamente aprendí que me encantaba el proceso de diseño mejor que el proceso de fabricación, y comencé a combinar componentes para hacer piezas que realmente pudiera usar.

Llevé mi pasatiempo de joyería conmigo a la universidad en Wake Forest en Carolina del Norte, donde me enamoré de los pasteles y perlas suaves del sur que reflejé en mis joyas. Fue en la universidad cuando comencé a vender mi trabajo a amigos y algunas boutiques locales.

Después de graduarme, me mudé a Tailandia por unos años, donde enseñé en una escuela tailandesa y me ofrecí como voluntario en un orfanato (Agape Home). Me enamoré del delicado minimalismo del estilo tailandés. Me di cuenta de cuánta atención al detalle los tailandeses vertieron en cada pieza de arte, comida preparada, planta en maceta y bolsa hecha a mano. Todo lo que hacían tenía un equilibrio natural: yin y yang. Su minimalismo parecía sin esfuerzo, tan diferente de Estados Unidos. Se reflejó en mis joyas. Comencé a combinar mis pasteles y perlas con delicadas cadenas y encantos minimalistas.

Regresé de Tailandia y finalmente me mudé a Chicago, ¡todo un cambio! Una vez más, me inspiré. Chicago es una ciudad de arquitectura y arte: esquinas afiladas, hipsters vanguardistas, bares elegantes, autos rápidos y compras asesinas. Mis joyas se volvieron crudas. Me enamoré de piedras preciosas más ásperas, púas más afiladas, oro más brillante, collares más largos y diseños más atrevidos.

Lo que ves en mis joyas es un reflejo de estos tres lugares inspiradores: Carolina del Norte, Tailandia y Chicago. A veces me despierto y me siento como una chica sureña, y mis joyas se vuelven pastel. Otros días me siento nerviosa y agarro por mi druzy crudo. Todos los días me siento delicado y minimalista, un testimonio del tailandés que continúa resonando dentro de mí. Espero que disfrutes llevándote a casa las piezas que son reflejos de mis viajes inspiradores, y que encuentren un nuevo significado para ti en tus propias aventuras.

I began making jewelry at 16 years old in 2002 when a mentor of mine - who is a fabulous artist in her own right - taught me how to make glass beads using a small torch and glass rods. I loved watching the glass melt into bright red globs as I formed the beads on my mandrel; however, when they cooled and hardened, they were less than beautiful. I still enjoyed learning how to string them together and made the most out of my "special" beads. I quickly learned that I loved the design process better than the manufacturing process, and began combining components to make pieces I could actually wear.

I took my jewelry hobby with me to college at Wake Forest in North Carolina where I fell in love with soft, southern pastels and pearls which I reflected in my jewelry. It was in college when I first began selling my work to friends and a few local boutiques.

After graduation, I moved to Thailand for a few years where I taught at a Thai school and volunteered in an orphanage (Agape Home). I fell in love with the delicate minimalism of the Thai style. I noticed how much attention to detail the Thai people poured into each piece of artwork, prepared meal, potted plant, and handmade bag. Everything they did had a natural balance - yin and yang. Their minimalism seemed effortless, so different from America. It was reflected in my jewelry. I began combining my pastels and pearls with delicate chains and minimal charms.

I returned from Thailand and eventually moved to Chicago - quite a change! Again, I was inspired. Chicago is a city of architecture and art - sharp corners, edgy hipsters, posh bars, fast cars, and killer shopping. My jewelry went raw. I fell for rougher gemstones, sharper spikes, shinier gold, longer necklaces, and edgier designs.

What you see in my jewelry is a reflection of these three inspirational locations: North Carolina, Thailand and Chicago. Sometimes I wake up and feel like a southern girl, and my jewelry goes pastel. Other days I feel edgy and I grab for my raw druzy. Every day I feel delicate and minimal - a testament to the Thai that continues to resonate within me. I hope you enjoy taking home the pieces that are reflections of my inspirational travels, and that they find new meaning for you in your own adventures.